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viernes, noviembre 30, 2007

Cuento crucial

Me miré las uñas antes de tocar y vi que tenían una medialuna negra. Me senté en la sillita y miré a mis dos extremidades. La gente toda viéndome, así, con los ojos grandotes, alterados, como alterados. Pero no me miraban a mí sino a mis dedos sobre el instrumento. Parecían como ciegos, en-can-di-li-llaaa-dos. Sí había luces, y tal vez sobraban algunas.
Mis dedos desesperados empezaron entonces a deslizarse mojados sobre el teclado, sobre los teclados; y entonces hice un stop, para luego entonces entronarme frente a todas esas caras así, tontas, caras de tontas, y los desperté y no los dormí con la cadencia de mi piano, y cada vez abrían más los ojos, y yo abarcaba toda esa colmena con mis manos y sabía asir violentamente mi teclado, rompía teclas, blancas, negras, blancas negras; y todavía despiertos, ! aún más despiertos!; y me aplaudían y abrían los ojos así grandísimo, y aplaudían también grandísimo, como una gran mano, aplaudían largo que yo deshiciera mi piano; y me mojaban con los aplausos, que yo no quería que dieran, y por eso dejé de tocar, y me miré las uñas y me paré; y así, me salí de la pantalla y besé con naturalidad esa primera mujer que tenía los ojos tan cerrados como si estuviera viva y asustada. Y quedé todo como lleno de harina, y la mujer nunca abrió sus ojos a pesar de mis besos indignados, y cuando prendieron la luz de la sala me detuve en su cantidad inaudita de maquillaje, en parte corrido por mis besos naturales, me detuve en su claridad. Yo eufórico y tranquilo por no escuchar los aplausos. Ellos parándose y dejando los asientos todos sucios, aburridos porque la película no había tenido mucho ritmo. Ella con sus ojos cerrados, pura actriz de los años 30, pura actriz toda llena de maquillaje, quizás actuando alguna buena película, quizás atormentando algún espectador de ojos cerrados que no haya querido verla.

lunes, julio 30, 2007

El retiro doloroso.

Primero que todo, le haga el décalogo:


Que la revolución es urgente como amar, dicen ahí. Ahí en la casa cercana. Pero es difícil llegar hasta allí, porque hay un camino angustioso de tortura y de amor. Y amar duele, eso todos lo saben y nadie se lo perdona. Nadie se perdona a sí mismo. Nunca más de dos veces por dia. Nunca perdón y nunca uno mismo.

Me hizo mirar-me la mano. Se acuerda de las cuatro manos. Yo me acuerdo de la tristeza pero le corrí. Y ese día me tropecé. Y me rompí. En dos o en tres o en mil o no. Pero algo se rompe cada vez que vuelve algún vástago de la tristeza. Usted no me diga nada, que no lo puedo ni mirar. Yo sólo miro con dolor. Qué asco. qué asco. Me hizo mira la mano infernal. Estoy en silencio...pero no vale la pena. Para qué silencio ahora. Usted tiene su tiempo, yo tengo mi tiempo.

No me diga silencio. Ni que nada se termina. Ni que nada es una mentira. Porque usted es poeta de la infinidades, y está como lejos de la verdad.

Pero a quién le importa el camino hacía el camino. Vamos rápido cabrón que la vida es un dolor. Y el dolor es fugaz, sutil y se acaba.

Salga. Y prometa. No se asfixie ni se incendie.

Vamos a caminar por el retiro...